Dos vídeos virales han hecho emerger una subcultura adolescente que no tiene nada de alternativa, la de los nuevos milénicos que se reúnen en torno a las tiendas Apple.
Como tantos barceloneses, el escritor y realizador Carlo Padial pasaba casi a diario por la esquina de plaza Catalunya con paseo de Gràcia, donde se ubica el gigantesco Apple Store, y se preguntaba qué hacían las decenas de adolescentes que se apelotonan allí, simplemente “estando”, haciéndose selfies en grupo, luciendo sus trabajados estilismos y pillando el wifi que les regala Tim Cook.
Ese fue el germen de un vídeo de menos de tres minutos que rodó para la web Playground y que ya lleva un millón de reproducciones entre Facebook y YouTube. Este vídeo y su secuela, grabado en la discoteca Famee, también de Barcelona, han servido para arrastrar a la superficie y a los medios mainstream (como éste) una subcultura que en realidad no tiene nada de subterránea, los swaggers.
Jovencísimos, consumistas, y desacomplejados, los swaggers –el término viene de swag, un término análogo a rollo o tumbón que popularizaron los raperos fanfarrones a principios de siglo– son los verdaderos milénicos. No es que “crecieran” con el nuevo milenio como los veinteañeros a los que se suele dar esta etiqueta, sino que muchos nacieron ya pasada la frontera del 2000.
Algunos de sus comportamientos son idénticos a los de cualquier grupúsculo urbano que les precede. Se visten para llamar la atención y con un sincretismo de estilos, igual que hacían los peacock mods que se paseaban por la tienda Biba (sin comprar) en el Londres swinging, dándole vueltas al mismo foulard de paramecios para que pareciera nuevo. Pero otros de sus rasgos son radicalmente contemporáneos, como su manejo 100% profesional y marketiniano de las redes sociales.
“Se organizan de manera absolutamente sistematizada y siguiendo una estructura piramidal”, explica a Verne Padial. Y eso se puede comprobar en su segundo vídeo, titulado Famee y Popus: la gran locura swagger.
Los “popus” son los populares, los cabecillas de lo swag, “gente atractiva y con actitud”, según el realizador. Los popus suelen ejercer de RRPP de las discotecas pero no lo hacen solos. Crean su propio equipo de delegados, su ejército de chavales que se encarga de dinamizar a la audiencia en Facebook y arrastrar gente a las fiestas. Éstas, que tienen lugar en clubs como el Illusion, siguen el clásico esquema del club light: no se sirve alcohol, empiezan a las cinco de la tarde y puede entrar cualquier mayor de 14 años que lo pueda demostrar con su DNI.
Viendo las imágenes de los chicos bailando Dem Bow, una variante acelerada del reaggeton de origen dominicano que requiere un movimiento de pies y trasero pariente del twerking, cuesta creer que allí sólo se consuman refrescos. Claro que también tienen un importante papel como combustible las bebidas energéticas como Burn.
En cuestión de estilo, imperan los pantalones muy ajustados, los nano (no ya micro) shorts para las chicas, las gorras o los peinados que combinan zonas rapadas con tupé exagerado. Hay un obvio influjo hiphopero y puntos de convergencia con lo cani pero también hay quien le da un giro preppy, como el chaval (de impecable estilo) de los pantalones arremangados y la gorra roja que aparece en el primer vídeo o el de la pajarita del segundo.
Esa mezcla “entre lo cool y lo quillo” es la que fascinó también al fotógrafo Ramiro E, que ha hecho una serie sobre los swaggers del Apple Store. En conjunto, no es una escena que busque la uniformidad sino la individualidad, igual que tienen cero interés en situarse en los márgenes de la cultura o en ser alternativos (a nada). Lo suyo es la centralidad, también literal: por algo ocupan el centro mismo de las ciudades. En Madrid, por cierto, se reúnen en Sol.
Según Padial, que ha intentado acercarse al fenómeno “sin prejuzgar” y piensa seguir explorándolo en nuevos vídeos, los swaggers españoles “son chicos que vienen muy nuevos, no tienen miedo a nada y están muy mezclados. No creo que sean más consumistas que otra gente, lo que son es más puros. No tienen discurso irónico y sirven muy bien como imagen de lo que todos estamos viviendo. Todos queremos likes en Facebook, pero ellos lo hacen a lo bestia”. En efecto, una buena foto en el Illusion puede llevarse tranquilamente 5.000 “me gustas”.
Aunque el fenómeno es relativamente interclasista (más que el mundo cani), es obvia la influencia de la inmigración latina y en este caso, la diferencia se vive sin ningún tipo de estigma, como señalaban aquí, notando ese momento impagable del vídeo de Fame en el que el dj local Sweet Flow, tras hablar a cámara con su propio acento, un castellano peninsular bastante neutro, sube al escenario a montar su show y adopta un deje medio caribeño para decir: “Esa vainaaa”.
Begoña Gómez Urzaiz
http://blogs.elpais.com/verne/2014/11/swagger-tribu-urbana-apple-store.html
La cultura cani no tiene mucho que ver con los "swaggers".